Mi pan y mi pez, ¿dónde están
Por: Raúl Martes González
¿Dónde están los panes y los peces de la multiplicación solicitada, con el fin de aliviar la desesperanza de la gente pobre? Acumulados en el egoísmo, señor, en el egoísmo de no distribuir bien las enormes riquezas con que cuenta el planeta.
Mientras los ricos hacen apropiación indebida de la fortuna y dejan al resto en la pobreza, el hecho perturba a casi mil millones de personas en disímiles confines de la Tierra, por falta de atrevimiento político y seria responsabilidad.
A las tribunas van muchos oradores; allí exigen la satisfacción de esta necesidad, primero, de alimentar; pero las palabras que vienen de buen corazón latiente en los principales foros mundiales son desoídas al demandar paz y seguridad verdaderas, porque los sordos apuntan hacia el conflicto en el interior de las naciones y entre los pueblos, como idea central de un pensamiento puesto en la venta de balas para matar.
Diferente a esa tenebrosa ideología, nada más ético y moral que lo expresado por el presidente cubano Raúl Castro Ruz, en la Decimoquinta Cumbre del Movimiento de Países No Alineados celebrada en Egipto, el pasado 15 de julio: “los recursos que hoy se destinan a la industria de la guerra deben ser utilizados en la educación, la salud y la cultura; en el bienestar económico y social de nuestros pueblos”.
Así piensan los revolucionarios; son esos que hacen de sus energías individuales, fuerzas colectivas, porque saben compartir con desinterés. Es, en esencia, poner en desarrollo el modelo de la solidaridad. La prensa en el mundo publica en estos días una muestra de lo posible: más de 50 mil colaboradores cubanos trabajan en 98 países comprometidos en salvar vidas y prevenir enfermedades.
A su vez, un número superior a los 32 mil jóvenes de 118 naciones, principalmente, del Tercer Mundo, estudian de manera gratuita en centros educacionales de la Isla.
Pero no, lo básico es hacer disparos aciagas, como expresión irracional de quienes sólo piensan en vidas llenas de lujos, ¡pobres tesoros materiales!, que en nuestros días impulsan a otros hombres a incrementar los gastos militares anuales, cabalgantes tras el ansia de dominación universal mediante la fuerza destructiva de las armas.
Hoy se habla de un billón 464 mil millones de dólares destinados a la fabricación de medios para la guerra, y resulta innecesario decir a quién corresponde casi el 60 por ciento de la cifra, cuando un asunto actual y candente, como la crisis económica y financiera, hace mellas en todas las esferas de la existencia humana.
Al menos, esta es una suma de dinero que sale a la palestra pública, en la que no todo el mundo cree, pues otra cantidad incalculable se declara secreto militar, conocido en Estados Unidos, por ejemplo, como presupuesto negro del Pentágono, que se utiliza en proyectos de inteligencia, vigilancia y reconocimiento tendentes a irrespetar voluntades populares, entre ellas luchar por la paz, la libre determinación y el desarrollo.
Muchos gobiernos en América Latina, África, Europa y Asia demuestran cuán honrado es reservarle sus ingresos al progreso material y espiritual de sus habitantes; sin embargo, no basta con buenas intenciones y hechos en la mitad del mundo, falta integrar la otra parte, una vez que los gobernantes digan “adiós a las armas”, para poder hablar de convivencia pacífica, un estado posible de la humanidad, en que se hagan mejores repartos de panes y peces.
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