Durante varios días después del paso del ciclón Ike, al recorrer la calle Jesús Menéndez para trasladarme hasta mi centro de trabajo en el norteño Municipio de Puerto Padre, he sido testigo del esfuerzo de familiares y vecinos para reconstruir la vivienda de la familia De la Nuez, arrazada por el fenomeno metereológico el pasado mes. Compartiendo opiniones con Julián Puig me siento comprometido a publicar el trabajo de nuestro colega.
Puerto Padre, Las Tunas, 13 de oct (RL).-Irma, con los ojos llorosos, contemplaba su casa desde el portal de los vecinos, reducida a escombros por la fuerza del Huracán Ike. No es una situación fácil de explicar sobre todo cuando se trata de una anciana de ochenta y un años.
Pero a Irma nunca le faltó la mano amiga y consoladora, la palabra de aliento y la inmediata atención, útil y necesaria, de todos los que sintieron la necesidad humana de consolarle.
Era imposible imaginar que en sólo unas horas se fuera al piso una casa rondando los cien años, pero estéticamente confortable y duradera. Ella misma en su momento había sentido la necesidad de reestructurarle para hacerla menos espaciosa y lograr una mejor funcionalidad. Todo eso era posible, pero no empujada por una manera irresponsable y displicente de un meteoro.
Para lograr tal empeño se necesitan condiciones materiales para las que de inmediato no estaba preparada y de pronto el fenómeno, en complicidad con la noche. El amanecer fue frustrante, verse al pairo fue una mala jugada del destino.
Sin embargo no faltó la solidaridad humana. Todos cuanto le rodearon fueron para hacerlo en serio, aún cuando el panorama regional era desconcertante; pero Irma necesitaba un especial, dada su avanzada edad y su particular carisma.
Desde los escombros nacieron maderas, alzadas por las manos prodigiosas de los carpinteros y poco a poco un esqueleto de alfardas, sostenidas por columnas de tablones y listones, hicieron el milagro de una casa como la había soñado.
Fueron días intensos, bajo un tórrido sol. Mientras los martillos y los serruchos hacían paredes, puertas y ventanas, un bullicio de vecinos montaba sobre carretas y camiones el escombrero, para que emergiera la obra nueva.
Quedó entonces, ante los ojos asombrados de todos, la casa de Irma. No faltó quien exclamara: ¡parece de muñeca!
Cuando las voluntades se juntan, convocadas por el corazón unísono de la vecindad no hay obra imposible.
Aquí lo que cuenta, aún en las más adversas circunstancias, es el deseo incontrolable de lograr, en los labios afligidos, una sonrisa de satisfacción; pero Irma tiene, además de la casa de muñeca, una gratitud inmensa que aflora en su agradecido corazón.
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