Por: Julián Puig Hernández.
Mario Almarales Peña no es un nombre muy conocido en Puerto Padre; pero el Mago Mayito sí lo es. Comenzó su vida artística, este peculiar personaje, durante los años finales de la década del sesenta, cuando era un adolescente, junto con otros muchachos del barrio.
En ese tiempo hacían títeres con muñecos elaborados por Rosario Mora (ya fallecida) y provistos de un escenario que cargaban en carretillas cuando eran invitados a alguna fiesta o celebración.
Poco tiempo después apareció Argelio Peña, en el año 1968 y le proporcionó herramientas técnicas muy medulares para la formación actoral. Aquello que inició como un juego formó en Mayito un importante universo cognitivo que llevaría hasta nuestros días.
Aunque no tuvo la suerte de hacerse profesional, dedicarse a tiempo completo a las artes escénicas, sí tuvo suficiente constancia como para no separarse, jamás, de los escenarios.
Paralelo a ello se hizo operador de combinada cañera, una profesión, en apariencia, muy distante de su eterno perfil; sin embargo, en las fiestas de fin de zafra, sus compañeros de labor tuvieron en Mayito al hombre indispensable para hacer de la ocasión un espacio muy especial.
Después vinieron otros oficios y hoy labora en el campamento de Pioneros de Cayo Juan Claro, al este de la Villa Azul. Se siente a gusto allí, porque le parece revivir aquellos años iniciales, y porque le perduran, rodeado entre tantos estudiantes de primaria, los sueños eternos de su niñez.
La magia, dice él, le llegó como por arte de magia y dedica a ello mucho tiempo, constantes ensayos, a limar detalles, buscar la perfección. No son pocos los momentos de aprieto sobre un escenario y de donde quisiera desaparecer, sin embargo ha sabido ingeniárselas para concluir sus presentaciones.
Se ha buscado ahora un amigo en sus andanzas, Panchito, una contraparte para sus presentaciones, el muñeco que dice los parlamentos medulares de un diálogo bien fluido y de buen humor.
En la casa 174 de la calle Francisco Vicente Aguilera hay un espacio mágico creado por él mismo, donde hay, además de Panchito, muñecones y títeres, hijos de su mundo, fruto de experiencias que tienen más de cuarenta años.
En la peculiar sencillez de su actuar, sobre y fuera del escenario, está su grandeza, pero entre chicos se le ve más empinado, porque siente como el buen campesino, cuándo el abono fertiliza eficazmente.
Se ha propuesto ahora, hacer un festival de títeres donde vengan todos los titiriteros del municipio, pero a la vez donde se agrupe a las personas interesadas en fabricar esos muñecos o quieran manipularlos.
No nos extrañará que en un futuro no lejano, las personas no pregunten dónde vive Mayito, sino dónde queda la casa del títere. ¡Sería magnífico!
¿Cuánto cobrará él por eso? Mucho, muchísimo; el abrazo eterno de los niños, la sonrisa aprobatoria de los padres y la reverencia de quienes saben que hacer el bien es tarea de hombres buenos y Mayito lo es.
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