" Por su utilidad a los demás, se mide a los hombres" José Martí

Aquí no se rinde nadie




Juan Almeida Bosque sufrió mucho durante su niñez y adolescencia. El tiempo que le tocó vivir, marcado por la discriminación racial, hizo de él una persona renuente a aceptar distinciones que le denigraran. Nació y se crió rebelde.

Hizo disímiles oficios en busca del sustento y cuando los preparativos del asalto a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, conformó filas junto a otros jóvenes que hoy constituyen el paradigma de la revolución cubana.

Sufrió los rigores de la cárcel pero no se amilanó, se fue al exilio para continuar la lucha y en medio de esos avatares, mandado por su noble corazón, hacía canciones, soñaba con ellas y en su pecho, cual pentagrama, tenía las melodías. Se necesita una gran voluntad y un sentimiento bien enraizado para llevar dos ternuras de la mano: él lo supo hacer y bien.

El yate Granma fue su prueba siguiente, junto a más de ochenta jóvenes que habían jurado ser libres o mártires. En Las Coloradas, al sur del oriente cubano, pisó tierra y tuvo su bautizo de fuego de inmediato.

Aún con el aturdimiento de un recorrido errático por aguas agitadas de un mar encrespado, tuvo valor suficiente para no amilanarse y supo responder, oportunamente ¡Aquí no se rinde nadie…! En medio de un torbellino de fuego enemigo.

Aquella frase, distintiva de la virilidad de un proceso, la historia se la reconocería años después. Su modestia no le permitió declararlo, fue el General de Ejército Raúl Castro, hoy presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, quien lo hiciera públicamente.

Después del triunfo de la Revolución, aún cumpliendo importantes responsabilidades, siguió componiendo canciones. Así son los dignos.

Nadie supo, jamás, de sus dolencias, las mantuvo calladas como cuestión íntima y pidió, propio de su humildad, que su cadáver fuera allá, a las lomas de la irredenta Sierra donde pasó días gloriosos y eternos.

Sin embargo, dentro de ese hombre callado siempre estuvo la fiereza lista para la embestida si las circunstancias así lo exigían.

¡Aquí no se rinde nadie…! Nos dijo, y no nos rendimos.

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