Por Carlos Velázquez Hernández
En hermoso día del educador no puedo abstraerme al recuerdo imperecedero de quienes formaron en mi la semilla que más tarde germinaría en maestro, recodar con gratitud a Argelio Hernández mi padrino y mi primer maestro, a Vicente Feria, Norka Landeau Mayet, Zenaida Reyes, Clara González Mastrapa y a muchos más que los años transcurridos no he podido olvidar.
De mi generación es eterno el agradecimiento que guardo en el corazón y en el recuerdo por Angela Bruzón Vera, Antonio Rodríguez Barrera y Oneyda Reyes Alonso ha quien le hemos dedicado un homenaje en nuestra redacción digital y que transcribo textualmente…
Educar, esencialmente, es construir generaciones. Eso levanta a la mujer y hombre nuevos; pero los que no se consideran, por la edad, como tales, cuando reciben instrucción, nacen y se suman al llamado de la vida nueva.
Es un oficio no siempre bien remunerado, sobre todo cuando se hace bien, cuestión que alcanzan, por decantación, los mejores. No es porque el dinero resulte poco, sino porque es profesión inconmensurable.
Oneyda Reyes Alonso estuvo 33 años, los mejores y más luminosos de su fructífera vida, sirviendo en la educación.
Comenzó durante los primeros años de la Revolución, siendo aún adolescente, afiliada como brigadista popular primero y luego como integrante de la Brigada Conrado Benítez.
Recuerda con especial cariño aquellos primeros años en unas aulas en la Universidad de la Habana que fueron la génesis del prestigioso Instituto Pedagógico Enrique José Varona. Allí bebió la sabia prodigiosa y se graduó como profesora de nivel básico de Secundaria Básica y luego de nivel superior, licenciándose en Biología.
Aún siendo metodóloga, un cargo técnico-dirigente, nunca dejó de estar frente a alumnos porque las exigencias de su responsabilidad lo contemplaba. Ese es el ejemplo de los años del 1968-1973 cuando trabajó en el entonces territorio Tunas-Puerto Padre.
También fungió como Secretaria Docente en varias instituciones, en preuniversitarios diversos y en la subdirección municipal de Educación en la Villa Azul.
Sin embargo Oneyda dice haberse llenado el alma en la Casa de niños sin amparo filial donde laboró cinco años porque es un trabajo sentimental y muy bonito y porque ellos llenaron ese espacio que completó mi condición de madre.
Diez años después de jubilarse nos recibe con la misma amabilidad de siempre y afirma que se considera aún parte del gremio porque Educar no es sólo impartir clases, sino practicarlo en todos los momentos de la vida.
Es así cómo la vemos accionando en los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas y en el Grupo de Trabajo Comunitario de su Consejo Popular.
Hay personas que dicen jubilarse y la realidad les dice otra: Oneyda es una de ellas.
Felicidades en el Día del Educador.
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