" Por su utilidad a los demás, se mide a los hombres" José Martí

Los Derechos Humanos que se violan



Por: Julián Puig Hernández .

El mundo está urgido de derechos. Por días las cifras de analfabetos y hambrientos crece y los estadistas dan cuenta de ello; pero la voz no llega todo lo lejos que debiera.

Las imágenes de la televisión muestran los niños en los basureros, pidiendo limosnas o con sus huesos envueltos en pieles, descansando sobre los brazos fláccidos de sus madres.

Mientras las cuentas de los que tienen crecen, enteramente proporcional aumentan las cantidades de desposeídos y por cada rico hay miles de pobres. La opulencia exige hasta su propia sangre.

Buscan las causas, las encuentran y callan; culpan a otros, distraen la atención, te crean imágenes, hacen creerte que puedes llegar y vives en una ilusión que te mata.

Así funciona el mundo ciego e irracional, de espaldas a la humanidad donde a la postre los perdedores constituyen un producto mas en el mercado.

A los pobres se les llama a la guerra y van repletos de promesas, como los suicidas que dan su vida (¿qué vida?) en virtud de un bienestar para su familia. Tienen, hasta cierto punto, la garantía de matar sin ser matado y regresan envueltos en una bandera con el rostro sombrío. La familia llora y espera por el seguro; pero en casa, la pobre casa, hay un espacio inerte, para el que ofrendó su vida sólo por una mesa mejor provista.

Otros no tienen peor suerte (¿peor?) porque ignoran qué sucede. Se contentan con mirar los misiles silbar sobre sus cabeza y levantar llamaradas, derrumbar las casas ajenas y matar, sobre todo eso. Con el rostro mugriento, un trozo de pobreza en las manos y las ropas raídas le repreguntan al que está a su lado y el otro ni levanta el rostro, anda hurgando en un latón. Es mejor ignorar que esto es un mundo y que la felicidad existe.

A otros, los de mediano vivir, se les ha hecho creer que tienen libertad de expresión y se ponen roncos de gritar sus intereses; pero nadie los escucha, los demás pasan y miran; no tienen tiempo de averiguar qué le pasa, están demasiado ocupados y preocupados en encontrar algo que ni siquiera imaginan qué es.

La insalubridad crece en las faldas de las lomas y se creen tener viviendas los que allí sobreviven. Para los plásticos es arte poder plasmar los contrastes en sus lienzos, con los matices interiores e exteriores que propicia el sol; sin embargo los que están allá, dentro de esos cajones de colores indistintos, ignoran que el arte existe y mucho menos que son pintados.

Se están acabando los discursos con promesas, ya suman demasiado los engañados y la voz viene de los cerros, los márgenes de las ciudades, del corazón de la mugre. La fórmula hay que cambiarla y aparecen otros actores, venidos de los suburbios con el corazón herido y las manos prestas.

Aquellos quieren quitarle las alas al nuevo profeta para mantener su engaño y a éste les cubre una multitud de necesitados que ven, no un hombre, sino una esperanza, esa que sobrevive aún cuando crecen, como montañas, los desengaños.

Lo cierto es que, en los últimos tiempos, a raíz de la lucha contra el terrorismo y de declarada universalmente la necesidad de erradicarlo, nos llega el tufito de que quienes idearon esa trampa están dándole patadas a las paredes de sus despachos porque resulta sumamente costoso explicar cómo tienen que ver los pueblos el concepto y, verdaderamente, no conviene el enfoque entendido de los actuales tiempos.

Esto sucede, sobre todo, cuando un proceso como el Revolucionario Cubano, acusado ciegamente de violar los derechos humanos, ahora forme parte de los países que valorarán a nivel planetario cómo se comporta este fenómeno global.

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