Viernes, 30 de Marzo de 2012 07:50 | 
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Sombrías igualdades del terror, solo anidan en imaginaciones diabólicas. La historia encierra muchas de ellas; y algunas, únicas en su concepción y desarrollo, como la reconcentración campesina de Valeriano Weyler Nicolau, en Cuba.
A partir de 1896 era ya evidente la imposibilidad de acudir a otras salidas reformistas, y los insurrectos dominaban las acciones militares contra los españoles de un extremo a otro.
España no podía derrotar a las fuerzas cubanas; prácticamente, había perdido la guerra. Agrupar a la población del campo en determinadas regiones para que no sirviera de base, fue una respuesta desesperada del mando militar que inició el 16 de febrero de 1896. Aquello fue un suceso espeluznante. Verdaderos campos de extermino culminaron en marzo de 1898 con la muerte de unos 300 000 cubanos, el 20 por ciento de los habitantes de la Isla, según fuentes conservadoras.
La implantación de esta política represiva acontece durante la sublevación independentista (24 de febrero de 1895) de José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo junto a otros experimentados y valerosos patriotas. Entonces Weyler Nicolau era capitán general de Cuba.
Una vez alejados los campesinos de sus áreas de producción de alimentos, calculado en el plan del mando militar español, comenzaron a perderse las cosechas, lo cual dio origen a una hambruna generalizada.
A esta consecuencia se unieron las enfermedades provocadas por deplorables condiciones de salubridad y lo imposible de enfrentarlas por escasez de medicinas, donde estaban los cubanos reagrupados.
Más difícil no podía ser la situación. Los sufrimientos y las calamidades aumentaban entre las familias campesinas, muchas con niños pequeños y ancianos, que dormían en barracones, almacenes, refugios abandonados o a la intemperie.
Que decir del agua y de los alimentos. Pero nadie conocía de rendición.
Eran aquellas personas que sabían llegar, ordenar, empujar, deshacer a habilidad enérgica por conducta respetable.
Hay en ese gesto indomable el sacrificio pleno que a los cubanos de hoy acompaña, y no puede ninguno, ni aunque sea en vida de anciano, permitirse que pase inadvertido el ejemplo en los días de acometimiento de la obra mayor.
