Por Abdiel Bermúdez
¿Qué son tres meses en la vida de una persona? ¿Qué pueden significar 90 días en la estancia de un equipo de prensa que intenta dibujar, en relatos audiovisuales, qué es Haití y por qué Cuba le ha brindado su mano?
Parece un tiempo corto, y sin embargo no han faltado historias para contar desde que pisamos una tierra que tantos han considerado maldita.
Pero la maldición que pesa sobre Haití tiene una huella más humana que divina. La colonia más rica de Francia en este lado del Atlántico hace unos 3 o 4 siglos, cedió su esplendor ante los embates de la piratería, las luchas internas, la sed de poder.
Dicen que los demonios de Haití tienen nombre: la colonización española, la dominación francesa, la injerencia de Estados Unidos, las dádivas de las organizaciones financieras internacionales, las dictaduras de los Duvalier, la soledad, el terremoto, el cólera…
El país que presagiaba un futuro floreciente, signado por la primera revolución que acabó con “la gran pena del mundo”, perdió su brillo y el hambre se ensanchó en las calles. Hasta hoy, las contradicciones inundan a Haití, y los carteles de grandes corporaciones comparten su espacio con la fotografía viviente de cuantos intentan espantar la miseria del estómago al menos una vez al día.
En tres meses solo hemos visto llover de noche. Y los aguaceros torrenciales parecen anunciar un diluvio al que temen los miles que aún viven en las carpas que “donó” el funesto terremoto de 2010. De día el problema es el sol, pero la gente se ha acostumbrado a su fuego.
Al menos para mí, la imagen más dura de Haití sigue siendo la de los niños tras el cristal, queriendo limpiar por solo cinco gourdes el parabrisas de los carros; y también la de los vendedores de cualquier cosa, que no quieren ser filmados, porque aseguran que los medios extranjeros se han enriquecido con la tragedia de este pueblo y han minimizado el espíritu de sus hijos.
Todos quieren un nuevo destino para Haití. Nadie olvida los espasmos de la tierra ni los fantasmas de la epidemia de cólera, que cercenaron las vidas de miles de personas; pero los haitianos quieren empezar otra vez.
Las mujeres son las clásicas inspiradoras de estos anhelos, a partir del sacrificio personal, y los hombres llevan su fuerza bruta a todas partes, y sus ganas de sobrevivir también. No por gusto aquí hemos visto carnavales de alegría y gente orgullosa de su historia nacional. Y hemos presenciado la lucha por la vida de los médicos cubanos, y la mirada feliz de haitianos que jamás habían dicho gracias, porque nunca antes habían tenido un médico al que agradecer.
Dicen que 3 meses no es tiempo suficiente para “atrapar” esta nación. Todavía debemos conocer las islas haitianas, la difícil ruta de la Grand Anse, la majestuosidad de la Citadelle… Todavía nos aguardan historias que no imaginamos siquiera; pero Haití, con su carga de sueños y tristezas, comienza a cambiarnos definitivamente.