La
historia en su recuento obligado, reserva lugar de lujo al hombre que
al decir de su entrañable amigo el Gabo, carga en su espalda el peso de
tantos destinos ajenos.
A los 88 años, Fidel Castro Ruz, es leyenda que aun desanda la manigua insurrecta con sus botas guerrilleras; son sus pasos, evocación perpetua del legado montaraz.
Porque Fidel es Fidel, siempre junto a su pueblo: en un trabajo voluntario comiendo con los obreros, en un central azucarero rememorando sueños, en algún centro de salud y la ciencia o sencillamente, celebrando el primer aniversario de la Revolución en un bohío campesino.
Su legendaria visión de futuro le hizo creer, cuando nadie lo hacía, en la consolidación de un proceso revolucionario, que desde sus inicios, luchó contra vientos y tempestades, para cumplir con la promesa implícita en su programa director.
La verdad, su principal arma para dirigirse al pueblo, ese que nunca recibió de su boca las vanas palabras de: “te vamos a dar”, sino que le dijo, “toma aquí tienes, lucha con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad”.
Su férreo carácter se forjó al calor de las adversidades que enfrentó, siempre con la convicción de que saldríamos adelante, enfocados en el porvenir, con la confianza de su entrañable presencia.
Las generaciones de cubanos que hemos tenido el privilegio de contar con su guía, nos reconocemos poseedores de una gran fortuna: el orgullo de hacer historia de la mano del hombre donde confluyen las ideas de Martí, Bolívar y Sucre.
Pero sabemos también, con seguridad infalible, que somos herederos universales de sus ideas, y esa certeza nos transporta a dimensiones sobrenaturales en el tiempo, para ubicarnos allí, donde un mundo mejor, es posible.